Era un día de lluvia, lo recuerdo. Llovía a mares y mis alas me pesaban; el agua se filtraba entre ellas y me helaba por dentro. Me esforzaba por llegar a tierra a pesar de la lluvia, pero aterricé en una isla. ¿Dónde si no?

-¡Hola, golondrina! -me susurró uno de los cangrejos que rondaba por la playa.

-¡Hola, cangrejo!

-¿Cangrejo? -repitió y se rio-. ¡Eso es lo que tú ves, querida! ¡Pero estás aquí encerrada y soy la soledad!